viernes, 19 de octubre de 2012

PRIVATIZACION ENCUBIERTA DE LA SANIDAD PUBLICA


Los buenos modos del desmantelamiento del estado de bienestar hecho por aquellos que se dicen ser fieles defensores de los ciudadanos, del modo más rastrero y engañoso que emplea la ultraderecha que nos gobierna en este país, refrendada por los votos de más de 10 millones de incautos y adormecidos españoles defraudados.

"CAPIO SANIDAD"

 Para DIFUNDIRLO, y que se SEPA

Nuestros actuales dirigentes (Gobierno central y autonómico del PP proyectan privatizar la SANIDAD PÚBLICA para... ENRIQUECERSE... ¡ENRIQUECERSE A LO BESTIA¡. Más claro agua… LA TÁCTICA ES DEMOSTRAR QUE LO PÚBLICO NO FUNCIONA Y ASÍ PONER EN MANOS DEL SECTOR PRIVADO LOS HOSPITALES, LOS MEDIOS TERAPÉUTICOS Y TODO EL SISTEMA ACTUAL PARA ROBARNOS.

A fecha de hoy -por poner un ejemplo- los recortes han supuesto que en el hospital de Guadalajara una resonancia magnética haya pasado de una LISTA DE ESPERA DE 18 DÍAS, a 250 DÍAS, y si quieres hacerte la resonancia TIENES QUE IR A UNA CLÍNICA PRIVADA. ¿quién está detrás de éste filón? …entre otras, la empresa "CAPIO SANIDAD"

En la Comunidad de Castilla-La Mancha están al borde de la privatización 4 hospitales públicos, con la excusa de que no son rentables (¡¿...?!). ¿DESDE CUANDO LA ATENCIÓN DE LA SALUD SE MIDE POR CRITERIOS ECONOMICISTAS?. Se podrán aplicar medidas de contención del gasto, de calidad del servicio, pero nunca se podrá decir que un hospital es igual que una fábrica de lavadoras.

Parece ser que "CAPIO SANIDAD" va a ser la empresa privada de gestión sanitaria a la que se van a regalar los cuatro hospitales públicos.

RODRIGO RATO (EX-presidente de BANKIA y anterior vice-presidente segundo del gobierno de AZNAR) a través de BANKIA también tiene intereses y acciones en Capio, lo cual no es ilegal, pero…¡qué casualidad! ¿no?

¿Sabéis quién es IGNACIO LÓPEZ DEL HIERRO?. Marido de  MARIA DOLORES DE COSPEDAL (Presidenta de Castilla-La Mancha y Secretaria General del PP), dedicado a muchas actividades… empresariales (ya sabéis), pero, oh!… sorpresa!… también gestiona hospitales.

¿Sabías que el Consejero de Sanidad y Asuntos Sociales de la Junta de Comunidad de Castilla-La Mancha JOSÉ IGNACIO ECHÁNIZ es hermano de Teresa Echániz Salgado, subdirectora de investigación de Capio Sanidad? ¡Qué casualidad!. Ahora ya tenemos claro por qué Capio se va a llevar los hospitales de la región.

Mira en los vocales del Patronato CONF.I.A.S.:


(nota: todos estos señores y señoras son muy religiosos, van mucho a misa, sueltan su óvolo al pobre de la iglesia en cada sesión y se relacionan con Roukko Varela y su corte
de kikos, legionarios y opus-deístas).

Lo cierto es que Capio ya controla buena parte de la sanidad pública de este país. Para quien no sepa qué es CAPIO SANIDAD:


Más cerca, en el Departamento de Elche-Crevillente gestionado de forma privada por RIBERA SALUD que es el principal concesionario de la Comunitat Valenciana y participa ya en la gestión de los hospitales de Alzira, Manises, Torrevieja, Elx y Dénia. Los accionistas de Ribera Salud (Bankia y CAM) se encuentran en proceso de negociación con la multinacional sanitaria Capio para venderle la propiedad. El proceso se encuentra en fase de negociación del precio definitivo de la operación y la fórmula de financiación.
Capio tiene los ojos puestos en estos concursos, pero también en otros que puedan surgir en la Comunitat Valenciana.

Pero la multinacional no es la única interesada en profundizar en el negocio de la gestión de la sanidad pública. ATITLÁN, el fondo de inversión que dirige Roberto Centeno (yerno del presidente de Mercadona Juan Roig), no ha renunciado a entrar en un mercado que le permitiría diversificar su actividad.

 ¿…Como es posible que algo que no es "rentable" se lo estén disputando?! ¿Que hay detrás de todo?

Parece claro que el objetivo es cargarse el sistema universal, público y gratuito que tenemos.

Luego están las fórmulas de financiación público-privada y las concesiones de Obra Pública, es decir, la financiación, gestión (y en algunos casos la prestación de servicios) corre a cargo de consorcios integrados de empresas constructoras (levantan los edificios), entidades bancarias (adelantan el dinero) y aseguradoras (gestionan los servicios); una vez entregado el centro, la administración (o sea, todos nosotros, los ciudadanos) paga un canon anual por 20-30 años como si fuera un contrato de servicios, que se paga a cargo del gasto corriente del presupuestos (no al capítulo de inversiones), por lo que no computa como deuda pública a pesar de que el coste de los centros (endeudamiento real) se multiplica sobre el coste real de los mismos como se ha comprobado donde se ha implantado este sistema.

viernes, 17 de agosto de 2012

LA TRICOLOR, LA CRISIS Y EL MIEDO DEL GOBIERNO A LA REPÚBLICA / PEDRO A. GARCÍA BILBAO « SOCIOLOGÍA CRÍTICA


La Tricolor, la crisis y el miedo del Gobierno a la República / Pedro A. García Bilbao

Posted on 2012/08/17
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Según ha explicado el gobierno del Partido Popular, la bandera nacional española que fue vigente y constitucional entre 1931 y 1977, esto es, la enseña tricolor de la República Española —incluido el gobierno en el exilio—, puede ser considerada como símbolo que incite a la violencia, el racismo o la xenofobia (y como tal susceptible de ser reprimida y sus portadores sancionados) según la interpretación que sobre el terreno puedan tener las fuerzas de seguridad, si por el contexto de su exhibición así lo considerasen. Así, literalmente, por muy increíble que parezca y en franca contradicción con la jurisprudencia sobre el uso de la bandera y que reconoce sus inequívocos valores democráticos. Sin embargo, para este gobierno es ahora reprimida, y no sólo reprimida sino también infamada, asimilada a la simbología «nazi» y racista, prohibida en toda la Europa democrática, salvo en España, claro.
En España…, donde padres de ilustres miembros de este gobierno han portado orgullosos en sus uniformes militares los emblemas de unidades militares del Tercer Reich, como la División Azul, se permiten ahora infamar a una bandera nacional, democrática y antifascista. En España…, donde sin la intervención nazi-fascista la República Española habría vencido en la lucha por la democracia y la libertad ante el golpe genocida de monárquicos, integristas religiosos y fascistas.
¿Cómo se ha llegado a este absurdo?
Al parecer, según se vio obligado a explicar en sede parlamentaria el sr. Ministro del Interior, durante un encuentro internacional de balonmano en Alicante en Abril pasado, un ciudadano enarboló la bandera tricolor lo que dio origen a protestas que llevaron a la fuerzas de seguridad a sacar de entre el público al ciudadano, retenerle, identificarle y multarle, por exhibición de símbolos que incitaban «a la violencia», a juicio de los policias, actuación que en estos días apoya y justifica el sr. Ministro ante preguntas de un diputado de Izquierda Unida.
Se dice que la bandera fue enarbolada con «vehemencia», ¿qué hizo? ¿La agitó más de la cuenta? ¿Agarró el palo demasiado fuerte? ¿Hizo un cursillo de abanderado en Siena y estaba practicando lo aprendido? ¿Protestaron los entrenadores de los equipos? ¿Despeinó a alguien? No sabemos, «con vehemencia» dijo el ministro. No parece que el ciudadano hiciese algo diferente con la bandera a lo que hace el público en los estadios con las enseñas de sus equipos y sus países; hizo lo mismo. Pero en este caso, los colores mostrados «molestaron» a alguien que acudió a la policia. Tendríamos que preguntarnos a quién y porqué. ¿Tendremos que comparar este hecho con los sucesos de cada domingo en los estadios de deportes o este fue «especial»?
Se hace preciso recordar al sr. Ministro que la bandera de la República Española, efectivamente, ha incitado en ocasiones al odio y a la violencia, pero solamente entre los fascistas, entre los nostálgicos del franquismo y entre todos los enemigos de la libertad y la decencia. ¿Vamos a dejar de usarla por eso? ¿No nos va a proteger la policia?
En realidad, la actuación de las fuerzas de seguridad no ha podido ser más coherente con la lógica profunda de la democracia española, un estado en el que se respeta la legalidad del franquismo —como lo demuestra la consideración de los tribunales franquistas y sus sentencias—, la impunidad de sus crímenes, la perpetuación de los privilegios de los que se lucraron con la muerte, cárcel y deportación de cientos de miles de compatriotas. No exagero, ¿cuantas empresas del IBEX 35 emplearon trabajadores esclavos y construyeron imperios y fortunas con el saqueo de la nación y de los españoles merced a su apoyo decidido a la dictadura?, o reparemos en el hecho sorprendente de que la Fundación Francisco Franco y la Juan Marc sean ¡¡legales!!
Siendo así la realidad, no nos debe extrañar que el odio y la violencia afloren entre los enemigos de la libertad cuando ondea sincera y noble una bandera que podrá no ser vigente pero que representa la democracia, la libertad y la constitución de la que un día el pueblo se dotó en unas elecciones constituyentes libres —cosa que no fueron, le recuerdo, las de 1977, con los partidos republicanos ilegales, los ayuntamientos en manos franquistas y con la judicatura, la policia y el ejército de la dictadura impunes—.
Quienes en un espectáculo deportivo ondean con orgullo la bandera que sienten como propia, coexistiendo sin problema alguno con las enseñas legales vigentes, no llaman a ninguna violencia a nadie que sea demócrata y antifascista.
Es muy triste que el gobierno de España se pliegue a este dictado de odio e intolerancia. Que olvide que la bandera tricolor ha sido la única bandera nacional española adoptada por el pueblo y que se impuso por aclamación popular, y que millones de personas lucharon por ella en defensa de sus libertades ante el fascismo propio y ajeno. Solo la traición, la guerra, la agresión extranjera y el genocidio de un pueblo trajeron de nuevo la enseña que marcaba las propiedades de la Casa de Borbón en el Mediterráneo, la enseña cuyos colores estan hoy vigentes, gracias a una transición que se construyó sobre la impunidad de esos crímenes contra la nación.
Ha cometido usted un error. sr. Ministro. Ha mostrado lo que hay en su corazón y en el de los miembros de su partido. En un sistema democrático no importa a quien le rece usted en privado, ni los valores de su familia, aunque fuesen los de una familia que colaboró activamente con la dictadura. En un sistema democrático lo importante es cómo se comporta uno públicamente. Su actuación pública como ministro es la que nos preocupa. Y en esta actuación se ha mostrado usted como digno heredero de los enemigos de la República, ha defendido la subjetividad de la policia a su mando para reprimir un símbolo democrático de la nación española, sentido como tal por millones de personas, y lo ha asimilado a símbolos capaces de «incitar a la violencia».
Su gobierno, como los que le han precedido realizaron en otras ocasiones, acaba de otorgar el marquesado de Queipo de Llano al heredero de tal título. Lo de la bandera y el marquesado son dos actos cuyo significado provocan alarma democrática. El Rey y el Reino, el estado español y su gobierno perpetuando los honores a la persona de un traidor, un golpista, un criminal de guerra y alguien absolutamente envilecido por el odio y, de forma probada, incitador al asesinato y a la violación. ¿No le avergüenza sr. Ministro? ¿O es que usted se refleja en la trayectoria de Queipo de Llano y sus valores? Toda una seña de identidad para la Marca España que ustedes defienden. Queipo de Llano como referente moral de la Corona y del Gobierno de España —pues un marquesado implica eso, un referente moral para quienes participan de la vigencia de los títulos nobiliarios—, el mismo Gobierno de España que justifica que un sencillo ciudadano que enarbolaba orgulloso la bandera de su patria que sentía como legítima en su corazón, sea acosado y multado a discreción por la policia.
 ¿A qué temen, sr. Ministro? ¿Tan peligrosa es la bandera tricolor? Le diré una cosa. Es peligrosa para este régimen sólo bajo una condición: si ustedes se siguen considerando herederos legítimos del franquismo y defensores de su legado y si ustedes justifican los crímenes de entonces.
Si así fuera, tenga la certeza de que la Bandera de la República se alzará de nuevo, porque la lucha por la libertad no va a parar hasta lograr el fin de la impunidad y la recuperación plena de nuestra soberanía. Y la próxima vez tengan algunos la seguridad de que no habrá amnistías ni leyes encubiertas de punto final como la de 1977.
Ayudaría mucho, sr. Ministro, que usted condenase de forma inequívoca los crímenes franquistas, afirmase la ilegalidad del régimen golpista de Franco y expresara su pesar por las víctimas y su repudio por los verdugos. Si usted y su gobierno hicieran algo tan sencillo, créame que ayudaría mucho a reforzar la unidad de todos los demócratas en estos tiempos tan difíciles por los que pasamos y que este hecho desgraciado del incidente de la bandera ha enturbiado. Díganos, por favor, que lo estamos malinterpretando y que ni usted ni su gobierno sienten otra cosa que horror por el franquismo y su triste legado de muerte y humillación. Sabemos que incluso entre las personas de ese entorno de origen, hay muchos con un sentimiento de rechazo por toda la sangre y muerte que su delirio nacionalista y religioso infligió al pueblo español; hay tal sentimiento entre muchos que la única forma de soportarse a sí mismos es obcecarse en una imposible equidistancia entre los bandos de entonces, en la invención de un imposible reparto simétrico de culpas. ¿No es hora ya de superar esto? ¿No es hora ya de cerrar estas heridas? Son muchos los miembros del gobierno y de su partido que por un mal entendido respeto a sus parientes procedentes del campo fascista, se obstinan en asumir sus crímenes como necesarios y les incomoda sobremanera que se les recuerde que no hubo justificación posible para el golpe, la guerra, la dictadura y la triste impunidad del franquismo que emponzoña el Régimen de la Transición incluso en estos momentos. Por favor, tengan valor y coraje democrático, y deslíguense ya de una vez de todo eso.
Ustedes podrían haberse tomado esto de otra forma. Con naturalidad, con la sencillez de quien ve dos banderas que, hoy representan valores constitucionales, una vigente y otra no. No ha sido así. Es algo muy doloroso para todos. ¿No comprenden que si, sencillamente, se comportasen ustedes como demócratas todo esto sería irrelevante?
Hay algo que quisiera hacerles entender. La democracia y la constitución a todos nos amparan, pensemos igual o distinto, tengamos valores diferentes en algunas cosas. La actual bandera vigente, la monárquica bicolor, en la medida en que represente valores constitucionales es respetada por los republicanos; el que sea vigente y legal son hechos de los que no dudamos, aunque expresemos nuestro anhelo de superar las herencias del franquismo algún dia. Enarbolar la bandera nacional tricolor constituye una afirmación democrática y una muestra de patriotismo, es la expresión de un deseo que ni el sr. Ministro del Interior ni todas las Fuerzas de Seguridad del Estado tendrán armas, ni cárceles, ni leyes, ni multas, ni represión suficientes para lograr aplastar, el deseo de que el pueblo español recupere algún día su soberania nacional plenamente. Una soberanía nacional, sr. Ministro, que en estos días duros de crisis, de injustos recortes y en los que se empuja a la miseria a nuestro pueblo, es imprescindible para poder salir adelante.
Si ustedes en su gobierno no están en condiciones de lograr asegurar los derechos y libertades de los españoles y su derecho a la supervivencia dignamente, será el último fracaso de la Monarquía bastarda del franquismo y la hora decisiva en la que este pueblo, democráticamente, dará los pasos para tomar su futuro en sus propias manos.
No, sr. Ministro. No debía usted haber apoyado la actuación de esos policias. Debería usted haber desautorizado su acción. No era la bandera vigente, pero era española, constitucional en su tiempo y en su esencia, una enseña de la nación y sus libertades. Si a alguien molestó, sus policias deberían haber sabido actuar correctamente en defensa, siempre, de los valores democráticos. Recuerde, la Tricolor solo incita a la violencia a los fascistas y a los herederos del franquismo, para cualquier demócrata es una enseña honrada. A nosotros los republicanos, la bandera legal vigente, la bicolor, no nos llama ni al odio ni a la violencia; sería absurdo, la vemos como un dato, un hecho, pero sobre todo, como una anomalía que resolveremos algún día «con naturalidad», como le decía, como un sencillo problema de salud pública. Sin acritud.
 Cuando España recupere su soberanía plenamente y la Tercera República sea una realidad, cuando dispongamos de un estado y un gobierno comprometido absolutamente con el bien público y con los derechos y libertades de todos, condiciones ineludibles para salir de esta crisis, la bandera Tricolor ondeará de nuevo.
Hoy lo hace en millones de corazones, podrá verla sr. Ministro en las calles, en las manifestaciones, en todas partes, sin necesidad de actuaciones de diseño, sin fondos de reptiles, sin campañas para construir identidades estupefacientes sobre éxitos deportivos. La Bandera tricolor de España, sr. Ministro, la España que fue asesinada en mil cunetas, sigue ondeando y es una promesa de futuro. Ustedes solo representan el pasado, la humillación y la venta miserable de nuestro pueblo, cada viernes lo están demostrando.
Sí, es claro que han cometido ustedes un error. También en esto.

miércoles, 23 de mayo de 2012

LOS GOBIERNOS PIERDEN LA PARTIDA FRENTE A LOS BANQUEROS


Juan Hernández Vigueras – Consejo Científico de ATTAC España

… “El informe final de la Comisión investigadora del Congreso estadounidense sobre la crisis financiera, publicado en enero de 2011, sostiene que la catástrofe podría haberse evitado si no se hubiesen eliminado las salvaguardas jurídicas en los EEUU durante el transcurso de los treinta años de desregulación y confianza en la autorregulación de las entidades financieras liderados por el anterior presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan (al que cita por su nombre) y otros, con el apoyo de las sucesivas Administraciones y Congresos; y empujados activamente por la poderosa industria financiera en cada esquina”
(…)
“En Europa, donde no ha habido investigación comunitaria ni informe oficial alguno sobre las causas originarias de la crisis, la desregulación comunitaria persiste tres años después de enunciar Nicolás Sarkozy, como presidente semestral de la Unión Europea, aquellos propósitos reformistas en 2008, cuando proclamaba que “le laissez faire, c’est fini”; incluyendo frases que tendrían mucho eco mediático como aquella de que había que “refundar el capitalismo”. Y en el programa llevado al nuevo G-20 convocado por el Presidente Bush, sostenía que “la crisis había demostrado la urgencia de definir un cuadro reglamentario nuevo que previera las futuras derivas y recentrara el sistema financiero sobre su verdadera función, que es la de financiar la economía” ([i]).
Sin embargo, en 2011, al asumir Francia la doble presidencia del G-8 y del G-20 estaba casi olvidado el programa de reformas del sistema financiero acordado en la primera cumbre en Washington; y que se había ido diluyendo a medida que el sistema se había ido recuperando con las aportaciones de los gobiernos para salvar a la banca privada mediante el dinero de los contribuyentes; y la coordinación de los bancos centrales para suministrar liquidez a la banca cuando ha sido necesario sin que se activaran los créditos a la economía productiva. Las ideas proclamadas de lograr la transparencia financiera y establecer una auténtica regulación y supervisión de los bancos, los fondos especulativos y los flujos financieros trasnacionales se fueron olvidando por todos, en particular en la UE, incluidos los medios de comunicación.
Para todo el que haya seguido los eventos financieros en la prensa, resulta obvio el escandaloso fracaso de los gobiernos democráticos frente a los bancos reflotados y al casino financiero reactivado. Mientras en Europa y en los EEUU, los gobiernos optan por aplicar recortes injustos del gasto público y las prestaciones sociales para paliar el endeudamiento público generado precisamente por esa misma crisis del sistema financiero globalizado. Y entre tanto, la desregulación financiera impone sobre las democracias el poder soterrado de los bancos y sus grupos de presión, desde los EEUU hasta Grecia, pasando por los demás Estados miembros de la UE, aunque en distinto grado y visibilidad” (texto de págs. 309-310 de El casino que nos gobierna, comienzo del capítulo Los gobiernos pierden la partida)

domingo, 20 de mayo de 2012

Búscame en el ciclo de la vida: 182. Rapadas.

Búscame en el ciclo de la vida: 182. Rapadas.

DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS DE SOCIALISTES I REPUBLICANS


ACUERDO DE COLABORACIÓN Y UNIDAD DE ACCIÓN 

En Barcelona  a 17 de mayo de 2012, reunidos y ante la grave situación que atraviesa el conjunto de la clase obrera por la ofensiva del capital y de sus instituciones, en particular del  FMI y la UE, así como la Monarquía máximo exponente en el Estado Español, en su pretensión de acabar con las conquistas de la clase trabajadora y sus propias organizaciones.


Constando su resistencia a la aplicaciones de los planes salvajes cuyo principal exponente supuso la huelga general del pasado 29 de marzo con las masivas manifestaciones en todas las provincias del Estando español. 

Conscientes de que solo la acción del proletariado puede garantizar el éxito frente a las pretensiones del capital y que para ello más que nunca es necesario avanzar hacia una nueva representación política fiel a sus intereses 

ACUERDAN



Primero.- Preparar las bases de unidad de acción dotándose de un protocolo la unidad de sus organizaciones que permita avanzar sin más condiciones que las del compromiso del combate por:



A) La ruptura con la UE y la Monarquía en combate por un periodo constituyente que instaure la Republica Socialista que  establezca:



     1) El restablecimiento de los derechos laborales, la prohibición de los despidos y el derecho a la negociación colectiva. En el combate por la recuperación de sindicatos libres, independientes y democráticos. 



2) La abolición de la propiedad privada y por el reparto equitativo de la riqueza.


3) La libre autodeterminación de los pueblos del Estado Español.


4) El establecimiento de un sistema judicial democrático.



5) La libertad de asociación y de expresión, suprimiendo la ley de partidos y elecciones libres.



B) La recuperación de una escuela y sanidad pública y universal y la supresión de todos los servicios públicos privatizados devolviéndolos al sistema publico.



C) La nacionalización y socialización de la banca y de los  medios de producción en particular la de los sectores denominados estratégicos.


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domingo, 8 de abril de 2012

SINDICATOS, POLITICA Y OTROS MITOS Y MENTIRAS

Sin querer crear polémica y a modo de introducción tenemos que tener en cuenta que en este momento el sistema laboral ha cambiado y que sobre esta situación se han hecho infinidad de artículos yo copiando parte de algunos de ellos también quiero expresar mi opinión sobre los mitos y mentiras que sobre los sindicatos se escribe o intentan imponernos como creencia sobre todo desde la derecha de este país. Como mi ego educacional no da para tener un intelecto afín a mentes privilegiadas, desde estas líneas pido disculpas si alguien se siente ofendido y no todo el mundo está de acuerdo con mi opinión.
Hay autores que incurren en algunos defectos de análisis ya que no han tenido en cuenta el cambio en las leyes laborales con tanta incidencia en la situación de los trabajadores y como tienen que moverse sus organizaciones sindicales en los centros de trabajo (inicio de la desorganización sindical, muerte de los convenios colectivos, etc.), posiblemente a partir de ahora empiece la reactivación de la lucha de clases y los pactos sociales como filosofía de estado.
Errores en las críticas de algunos, con mayor gravedad en la credibilidad de los partidos políticos y aquellos que los dirigen, ya que no matizan ni establecen diferencias ni se concretan siglas, estilos estos muy afines a los “indignados” y que se coincide con la extrema derecha. Lo que nos puede hacer pensar que estos tipos “análisis” pueden terminar siendo nefastos para un pluralismo político, pata las libertades y para la propia política, ya que la misma es la única herramienta contra el capitalismo de la que disponen los ciudadanos y trabajadores en general, porque el sindicalismo actual tiene carácter meramente defensivo.
Ante esta valoración sobre los diferentes artículos y dentro de los pros y los contras que tienen, hay algún análisis que se pueden resaltar y hacer hincapié ya que los mismos desmontan la falsedad y el embuste de los ideólogos fascistas y neoliberales que resurgen contra el sindicalismo español. Por ello, he cogido y pongo como ejemplo por su contenido, (aunque no es el único en la defensa de una línea sindical) el artículo de un profesor de Sociología de la Universidad de Barcelona, Don Joaquín Juan Albalate. No sin antes hacer una aclaración sobre la diversidad sindical que compone el mapa español. La existencia de unos 6.500 sindicatos y asociaciones profesionales registradas en el departamento de asociaciones del gobierno Español de los cuales son inoperantes el 70% por falta de estructura o por que se crearon para un hecho concreto en su día, del 30% restante un 20% no tienen representación simplemente cuentan con una afiliación muy personal o de compromiso, y el 10% restante lo ocupan con amplia mayoría los sindicatos CC.OO. y U.G.T., sindicatos que acaparan la mayoría de afiliación y por ende la mayor cuantía en subvenciones.
MITOS Y MENTIRAS SOBRE LOS SINDICATOS
Desde hace ya unos años, se viene difundiendo desde los medios de comunicación que operan en España ciertas afirmaciones que cuestionan la legitimidad de los derechos que se asignaron a los sindicatos —mediante diversas leyes, empezando por la Constitución— a finales de los años setenta y principios de los ochenta. Esta objeción ha empezado a adquirir durante estos últimos tiempos visos de una auténtica ofensiva de las fuerzas políticas y económicas de índole neoliberal, tanto a escala nacional como en la Unión Europea. Determinados partidos políticos y gobiernos conservadores o liberales españoles y europeos, pero también representantes cualificados de los poderes económicos y financieros, están protagonizando una intensa y persuasiva campaña de descrédito contra el rol y las funciones que, desde la restauración de la democracia, vienen desarrollando los sindicatos.
Esta campaña pretende debilitar a una de las pocas instituciones que aún subsisten en los países industrializados y que, junto con otras organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales, constituyen, por encima de los partidos políticos, la más importante instancia colectiva que todavía planta cara a los intentos de acabar con los derechos sociales y económicos asociados al Estado del Bienestar, tan dura y costosamente conseguidos en España a lo largo de los últimos treinta y cinco años. Ante esta situación, algunos profesores universitarios, investigadores sociales, escritores, periodistas, artistas, intelectuales y, en particular, sindicalistas, han reaccionado contra semejante cruzada, recurriendo a diversas formas de denuncia de dichos ataques.
Concretamente, hace unos meses apareció un artículo en la revista de la Federación de Educación del sindicato CCOO, publicado en noviembre de 2011, en el que se apuntaban una serie de frases y expresiones, ampliamente extendidas entre la población y difundidas desde casi todos los medios de comunicación, de cuyo contenido se deducía un claro intento de degradar la imagen de los sindicatos, con el beneplácito, más o menos confesado, de las citadas organizaciones e instituciones. Pues bien, partiendo de esas expresiones y de las contribuciones aportadas por otras personas al respecto (V. Navarro, M. García Biel, J. López, J. Rodríguez, C. Barrera, etc.), cabe realizar los siguientes comentarios a cada uno de tales enunciados:
 
 
1. “Los sindicatos tienen cada vez menos soporte laboral y social”
El soporte que reciben los sindicatos tiene, al menos, dos dimensiones: la laboral y la social, ambas íntimamente relacionadas puesto que cualquier suceso laboral tiene connotaciones sociales, aunque no siempre sucede lo contrario.
Por lo que se refiere al soporte laboral, éste se puede “medir” a partir de la confianza que depositan los trabajadores, bien cuando se afilian a un sindicato pagando una determinada cuota, bien cuando respaldan a unos determinados candidatos, participando en las elecciones sindicales.
Estos dos aspectos (afiliación y elecciones sindicales) son los que legitiman a los sindicatos para que ejerzan la representación de los intereses de los trabajadores, recogiendo sus demandas y trasladándolas a las mesas de negociación con la patronal, o con el propio Estado cuando se trata de empleados públicos.
Con respecto a la afiliación, debe tenerse en cuenta que, desde que se legalizaran los sindicatos a finales de los años setenta, la afiliación sindical en España no ha dejado de crecer. Mientras que en el año 1980 (aún en plena transición democrática) los sindicatos apenas contaban con 500.000 afiliados, esta misma cifra se había multiplicado por más de 7 a finales del primer decenio de este siglo, de modo que eran más de 3.600.000 millones los afiliados a alguno de los actuales sindicatos —encabezados por CC.OO. y U.G.T., que contaban con mas de 1,1 millones cada uno—, a lo que habría que añadir la reciente tendencia que, desde 2009, han iniciado las tasas de afiliación, con un repunte de más del 40% en 2011.
Estas cifras contradicen el supuesto distanciamiento de los sindicatos de sus bases sociales. Y ello a pesar de la grave crisis económica y de empleo que está atacando, particularmente, a los colectivos de trabajadores que, históricamente, más cerca han estado del sindicalismo. Si bien es cierto que la tasa de afiliación sindical en España se sitúa por debajo de la de otros países occidentales (en torno al 17% del total de asalariados), también lo es que viene manteniéndose bastante estable durante los últimos años.
Y todo ello en un país que sigue caracterizándose por tener una patronal con una cultura laboral esencialmente contraria a cualquier acuerdo que implique una mínima renuncia a sus prerrogativas, pero también por poseer un tejido empresarial con un porcentaje muy elevado de pymes, donde es más difícil que arraiguen y se extiendan los valores de solidaridad de clase que se derivan del trabajo colectivo. Además, a ello habría que sumar la no obligatoriedad de afiliarse para poder beneficiarse de los resultados de la negociación colectiva.
 
 
2. “Los sindicatos no nos representan”
Una segunda fuente de legitimidad proviene de las elecciones sindicales que se realizan, periódicamente, entre el “electorado” de los trabajadores asalariados. Se trata de otro soporte, tan o más importante que el anterior, de cuyos mejores o peores resultados se desprende un mayor o menor amparo democrático con el cual se legitiman las decisiones que toman los sindicatos en nombre de sus representados.
En este sentido, cabe decir que el porcentaje de participación de los trabajadores en las elecciones sindicales es, desde que éstas se celebran, muy elevado (alrededor de un 80-90% del total de asalariados que pueden participar a lo largo de los cuatro años que dura el actual cómputo electoral). Unas cifras que en modo alguno han obtenido los partidos políticos en todas las elecciones políticas celebradas desde los años ochenta, tanto en las de ámbito local como en las autonómicas un 65%, nacionales un 75%, o europeas un 46%, y no por ello se cuestiona el cada vez más mermado soporte que reciben de los ciudadanos.
Por último, vale la pena agregar a lo anterior que los sindicatos recaban también un soporte que va más allá de la esfera laboral. Personas que están en paro o en situación de inactividad también respaldan la actividad sindical, a pesar de no trabajar ni estar afiliadas. Las miles de personas que congregan los sindicatos cuando convocan manifestaciones, paros o huelgas, acogen a muchas otras personas que apoyan a los sindicatos desde ámbitos distintos del estrictamente laboral, puesto que muchas de las reclamaciones sindicales son también demandas que afectan a la sociedad en su conjunto.
Y es que, aparte de la Iglesia, no hay ninguna otra institución ni organización social de índole voluntaria en España que concite — contrariamente a lo que algunos dicen— tanto soporte social como los sindicatos.
 
 
3. “Los sindicatos subsisten gracias a los fondos que les da el Estado”
La financiación de los sindicatos españoles proviene, fundamentalmente, de los ingresos que reciben de las cuotas de los 3.600.000 millones de afiliados que poseen: unos 300 millones de euros anuales que cubren el 60% de los gastos corrientes. El Gobierno español sólo aporta (¿aportaba?) 16 millones de euros, (el 4%) que se reparten en función de la influencia electoral de cada sindicato. El resto de los ingresos se obtienen de otras fuentes privadas o públicas, como la venta de servicios, formación o, simplemente, de créditos bancarios.
Esos ingresos deben ser suficientes para cubrir los gastos de funcionamiento ordinario y del mantenimiento y, en su caso, alquiler de los locales donde se realizan las actividades ordinarias. Pero también para cubrir los costes de una de las principales funciones sociales atribuidas a estas organizaciones: la negociación colectiva —a veces a lo largo de muchas horas o jornadas— de más de 4.000 convenios colectivos que, más tarde o más temprano, acaban repercutiendo en la mejora de las condiciones de trabajo de más de 8 millones de asalariados.
En contraste con los 16 millones de euros que reciben los sindicatos españoles del Estado, las ayudas con ese mismo origen que ingresan los sindicatos británicos alcanzan los 98 millones, mientras que los italianos recaudan 600 millones y las organizaciones sindicales francesas del sector público, 700 millones.
Por su parte, las organizaciones patronales españolas reciben del Estado una cantidad parecida a la de los sindicatos, criterio éste, como mínimo, discutible, pues ni por el número de afiliados que aquéllas tienen, ni por la disponibilidad de recursos que esos afiliados poseen para pagar sus cuotas o, más aún, ni por el hecho de que esas mismas organizaciones disponen de otras fuentes de financiación inaccesibles para los sindicatos, las patronales deberían obtener el mismo volumen de financiación que el que reciben los sindicatos.
Pero, puestos a cuestionar la legitimidad —que no la legalidad— de los 16 millones de euros que reciben los sindicatos de los fondos públicos, nadie pone en duda —y menos los dirigentes políticos o algunos medios de comunicación que así se lo reprochan— la pertinencia de que los partidos políticos se merezcan los 85 millones que también reciben del Estado —por mucho que, según todas las encuestas, su credibilidad social sea bastante menor que la de los sindicatos— o que, como recientemente se ha podido saber, la Casa Real obtenga de los presupuestos generales del Estado una renta de 9 de millones de euros cada año, sin contar el valor del patrimonio que esa institución posee.
Y todo ello por no hablar —por mucho que lo merezcan— de la subvención de 90 millones que se concede al cine español, de los 360 millones que reciben la prensa y las televisiones privadas o, en fin, de los 6.000 millones que percibe la Iglesia para cubrir la parte de los gastos que no puede financiar con los ingresos de sus feligreses, etc.
 
 
4. “Los sindicatos se lucran con las ayudas que reciben para la formación profesional continua de los trabajadores”
Los sindicatos reciben unos 150 millones —al igual que la patronal— de fondos públicos que se destinan a cubrir los gastos de profesorado, personal auxiliar, instalaciones, material fungible, etc., de los miles de cursos de formación continua que cada año se prescriben para el reciclaje voluntario de las cualificaciones de los asalariados. Se trata de otra de las funciones sociales más importantes con que los sindicatos colaboran, junto con la patronal y algunas administraciones públicas, para que la competitividad de los bienes y servicios que se producen en España vaya al alza, justamente, como resultado de dichos cursos. No se trata de un gasto, sino de una inversión de futuro muy importante aunque, no por ello, sometida, igualmente, al control y auditoría de las autoridades públicas españolas y europeas.
Y es importante porque, además de que la formación continua se imparte de forma gratuita a unos 2,5 millones de trabajadores al año por término medio —que, de otro modo, posiblemente no recibirían, y menos de forma gratuita—, lo es también por las repercusiones que tiene en el aumento de la autoestima del trabajador, así como en las oportunidades de promoción interna y en las de movilidad inter e intersectorial, e incluso —con las matizaciones que se quiera— en las de poder encontrar trabajo antes que quienes se forman menos, cuando se está en el paro o, en fin, en las de eludir el despido en mayor medida que estos últimos.
La formación continua sigue siendo una herramienta fundamental para afrontar en mejores condiciones los cambios técnicos y organizativos que hoy, tan rápida e intensamente, se producen en el mundo del trabajo. Y, aunque no sea una condición suficiente para encontrar empleo —sobre todo en situaciones de paro masivo como la que se vive en España desde hace demasiados años—, sigue siendo un recurso útil para que los trabajadores que siguen ocupados conserven el puesto de trabajo.
En definitiva, la inversión que hacen los sindicatos con los fondos recibidos no sólo es rentable porque eleva las cualificaciones de los trabajadores, sino porque las empresas se benefician también de contar con unos trabajadores más formados y cualificados. En todo caso, ante cualquier sospecha de lucro indebido siempre se tiene al alcance la correspondiente denuncia en los tribunales.
 
 
5. “Los dirigentes sindicales ‘viven del cuento’ en vista de lo que hacen”
Además de la financiación estatal o de los planes de formación continua, otra de las críticas que se vierten contra los sindicatos se refiere a los sueldos que cobran sus dirigentes. Si bien es cierto que los ingresos en concepto de trabajo de los dirigentes sindicales proceden de una parte de las subvenciones públicas que reciben sus organizaciones, también lo es que tales remuneraciones no sólo están fiscalizadas por Hacienda y otros entes de control público —como a cualquier otro ciudadano que cobra un salario o una subvención del erario público—, sino que dichas cantidades son, como mínimo, ridículas, atendiendo al volumen de horas que destinan a organizar y resolver un conjunto creciente de problemas.
Si se compara con lo que ingresan otros cargos públicos, por no hablar de lo que cobran algunos dirigentes o ejecutivos de organizaciones o empresas privadas, las tareas que realizan los miembros de los sindicatos pueden ser tantas, o tan o más estresantes y tener tanta o más responsabilidad social y, por tanto, tanto o más riesgo por omitir o errar en la toma de decisiones, que las que realizan aquéllos. Por ejemplo, una hipotética gestión deficiente de las actuaciones que se llevan a cabo durante la negociación colectiva o en alguno de los diversos servicios que ofrecen los sindicatos, podría repercutir muy negativamente en las condiciones de trabajo de muchos miles de persones o, en su caso, en la calidad de dichos servicios, con consecuencias igualmente negativas para aquellos, al estar sometidos a la competencia del mercado.
Por tanto, que un alto dirigente de uno de los sindicatos españoles más representativos ganara en 2011 unos 2.470 euros brutos mensuales, no parece que se corresponda con la dimensión de las consecuencias que pueden derivarse de una mala gestión de las responsabilidades que tienen a su cargo. Se trata de una cifra que, a ojos de algunos dirigentes empresariales, puede suscitar una cierta sonrisa sarcástica, pero que no sólo se corresponde con los valores fundacionales de modestia y honestidad propios de los sindicatos de clase, sino que constituye una remuneración mínima por todo lo apuntado antes. Por cierto, no hay que olvidar que, a diferencia de la inmensa mayoría de los dirigentes empresariales privados y públicos, los líderes sindicales son escogidos democráticamente, por lo que los sueldos que cobran están revestidos de un plus de legitimidad, como mínimo, superior al de los que también cobran sin proceder de procesos democráticos.
 
 
6. “Las horas sindicales se utilizan para excusarse del trabajo mermando la productividad”
El número de horas sindicales que se prevé en el artículo 68 del Estatuto de los Trabajadores aún hoy vigente es, en comparación con la mayoría de los países europeos, escaso. Eso podría explicar, al menos en parte, por qué una porción importante de los delegados que salen elegidos en las elecciones sindicales tienen que dedicar un porcentaje significativo de su tiempo personal, que a menudo va mucho más allá del número de horas que, efectivamente, se remuneran.
En el citado artículo se notifican los "créditos" de horas a los que tiene derecho cada uno de los miembros elegidos del comité de empresa y de los delegados de personal, estos últimos en el caso de empresas de 50 o menos trabajadores, con un mínimo de un delegado para las de 30 o menos trabajadores.
El volumen de horas mensuales a que dan derecho tales "créditos" se distribuye en función del tamaño del centro de trabajo: en los de 100 o menos trabajadores, la ley concede 15 horas a esos miembros o delegados, en los que tienen entre 101 y 250, 20 horas, y así sucesivamente, hasta llegar a los que exceden de 750, que pueden disponer de 40 horas. En ese mismo artículo se precisa que los "créditos" de horas que disponen los distintos delegados pueden ser transferidos por parte de algunos de éstos y ser acumulados por otros, algo que suele suceder en la práctica.
Es de ese modo que algunos de los miembros del comité o delegados elegidos pueden quedarse sin “crédito” horario —porque lo han cedido a otros miembros—, o bien ser “liberados", parcial o totalmente, según hayan conservado el consiguiente “crédito” atribuido o, por el contrario, hayan acumulado a los suyos los cedidos por otros, hasta un máximo del 100% de las horas totales de la jornada, según sea el tamaño de cada centro de trabajo, algo que rara vez sucede, pues, a la hora de la verdad, sólo puede ser factible en algunos de los centros de trabajo de gran dimensión (como administraciones publicas).
Pues bien, en España los delegados sindicales que estaban "liberados" en su totalidad alcanzaba, aproximadamente, a unos 4.000, un 1,3% sobre un total de más de 300.000 delegados sindicales escogidos en 2010.
Por tanto, cuando se acusa a los sindicatos de ser los responsables del gran volumen de horas que se “pierden” cada año para la productividad de la economía del país por "culpa" de ejercer un derecho legal como éste, habría que advertir a quienes así lo afirman que, además de que no se comete infracción alguna, sólo repercute en una ínfima parte de los delegados: aquellos que, realmente, ejercen su derecho al "crédito" horario, sea éste parcial o total.
Ahora bien, las horas que se "pierden” para la productividad económica son relativamente pocas si se comparan con las que se (¿pierden?) también en las, a veces, inacabables reuniones que tienen lugar en el seno de las patronales o dentro de las mismas empresas, sin que por ello computen como pérdidas para la competitividad de los bienes y servicios que se producen en la economía española.
En realidad, no es ciertamente el coste de las horas sindicales lo que preocupa a la patronal o a las fuerzas políticas que representan a sus intereses en toda España. Lo que verdaderamente les inquieta es la misma existencia de los sindicatos, hagan muchas o pocas horas sindicales.
Por ejemplo, sin ir más lejos, mejorar un 1% el salario de todos los trabajadores españoles comporta, de media, diez veces más costes para los empresarios que el de las horas sindicales que deben sufragar. Que los sindicatos hayan logrado hace años que los padres o las madres puedan disfrutar de permisos remunerados para cuidar de sus hijos equivale a un coste tres veces mayor que el de las horas sindicales respectivas. Y así sucesivamente, con otros derechos sociales y económicos conseguidos durante las últimas décadas.
Y todo ello gracias a que los sindicatos han existido y siguen existiendo, mal que les pese a algunos.
 
 
7. “Los sindicatos no sirven para nada”
Ésta comienza a ser también otra de las afirmaciones que se propaga cada vez a mayor velocidad y que, aparentemente, ha calado con bastante facilidad entre muchos trabajadores y entre la población en general. Al menos, eso es lo que podría deducirse de los resultados de algunas encuestas sobre la confianza de los ciudadanos en determinadas instituciones, patrocinadas por una serie de entidades dedicadas al estudio de la llamada "opinión pública" y que, periódicamente, aparecen en los medios de comunicación. En estas encuestas se insiste en que, sin ser los "últimos de la cola", los sindicatos son percibidos por estas encuestas como una de las instituciones que, paulatinamente, mayor credibilidad pierden, a ojos de, por lo visto, una mayoría creciente de ciudadanos.
Parecería como si, por arte de magia, un amplio conjunto de personas consideraran, desde hace ya unos años, que los sindicatos ya no son necesarios porque, por poner un ejemplo, las condiciones de vida y de trabajo de una mayoría social han llegado a ser tales que, efectivamente, sobra su presencia, al menos en España.
¿Se trata de una maniobra orquestada desde los diversos poderes políticos y económicos —siempre reticentes, históricamente, a la existencia de los sindicatos— que se sostiene en sólidos fundamentos o, por el contrario, responde a la realidad porque los sindicatos ya no son capaces de dar respuesta a los problemas sociolaborales de los trabajadores?
Todo indica que ambas preguntas tienen algo de verdad. Y es que, de ser cierto que una gran mayoría opina que los sindicatos “no sirven para nada”, éstos tendrían que replantearse a fondo el papel que juegan en los momentos más recientes. Ahora bien, de entrada no parece que esto pueda sostenerse.
En primer lugar, aunque esas encuestas pueden haber recogido una cierta sensibilidad social contraria a la pervivencia de los sindicatos, es lícito preguntarse sobre el procedimiento seguido por dichas encuestas para llegar a tales conclusiones. Como en otros escrutinios, y dando por correctos los cálculos del volumen y la distribución de la muestra, del margen de error, etc., es importante saber cómo se ha recopilado y qué se ha preguntado a los ciudadanos, pues, según se haya orientado el enunciado de las preguntas, se podrían haber alcanzado otros resultados.
Por ejemplo, ¿la encuesta era específica sobre los sindicatos o trataba de más temas?, ¿qué número de preguntas se incluían y qué se preguntaba exactamente sobre los sindicatos?, ¿en qué lugar del cuestionario se situaban estas preguntas?, ¿existían respuestas abiertas?, ¿cuáles eran?, etc. Éstas y otras interpelaciones sobre la elaboración del instrumento utilizado para recabar la información podrían deparar resultados distintos de los obtenidos en esas encuestas.
En segundo lugar, aun aceptando que el diseño de dicho instrumento se hubieran ajustado a los requisitos de objetividad científica y, derivado de ello, se hubiera detectado que, efectivamente, existe una percepción social de los sindicatos como entes superfluos, no significaría, necesariamente, que muchos de los interpelados deseen prescindir de ellos. Algunas personas pueden defender su inutilidad y, al mismo tiempo, estar afiliadas o votar por un sindicato en las elecciones sindicales, en este caso si se es un trabajador en activo.       Es común observar que muchas personas pueden compatibilizan ideas (“los sindicatos no sirven para nada”) con otras que se contradicen con las que se llevan a la práctica.
No obstante, a pesar de todo lo dicho hasta ahora, es posible que dicha percepción pudiera aproximarse a una cierta realidad, aunque llena de matices. La crisis económico-financiera actual se ha encargado de reforzar el desmantelamiento, iniciado ya en los años ochenta, de las bases materiales e ideológicas con las que los sindicatos de clase encontraban el apoyo necesario para afrontar las desigualdades laborales y sociales existentes.
Desde que esas bases declinaron en favor de otras, completamente, opuestas a éstas, la sintonía de los sindicatos con las "nuevas" demandas sociales y laborales planteadas por los jóvenes, pero también por otros no tan jóvenes, se ha quebrado, dando paso a una desafección e inhibición sociales, propicias a la aparición de, entre otras cosas, frases como "los sindicatos ya no sirven para nada". Y eso, paradójicamente, cuando el empleo se encuentra en una situación en la que cabría esperar, más que nunca, la adhesión masiva a la lucha contra las causas que provocan el paro, históricamente encabezada por los sindicatos.
El declive de las ideas críticas contra el sistema capitalista de una parte importante de los trabajadores, pero también de los propios parados y de muchos de aquellos jóvenes, ha facilitado a los poderes económicos y políticos, y a los medios de comunicación que estos mismos controlan, inculpar a los sindicatos, unilateralmente, de la responsabilidad del actual paro masivo, empezando, como ya se ha visto, por eliminar las horas sindicales.
Si bien algunas estrategias dudosas llevadas a cabo por las direcciones de los sindicatos durante las épocas anteriores en relación con las políticas de empleo podrían haber contribuido a un cierto descrédito, también es verdad que, si alguien no es responsable de la destrucción de empleo y del paro masivo existente, éstos son los sindicatos, sino aquellos que pueden crear ocupación —empresarios y, cuando no, el propio Estado— y que, por motivos económicos y políticos, respectivamente, no lo hacen.
Por tanto, aunque una potente socialización regresiva intenta revertir la responsabilidad de la situación económica actual, los sindicatos no sólo "no han servido para nada", sino que han servido, en la medida en que lo han permitido sus escasos recursos, para concienciar y movilizar a los ciudadanos a fin de denunciar a los auténticos causantes de dicha crisis y, con ello, colaborar con otros colectivos para frenar, en la medida de lo posible, las peores consecuencias de la crisis iniciada por aquéllos.
 
 
8. “Si no existieran los sindicatos la sociedad tampoco notaría su ausencia”
Este enunciado aún no se ha extendido tanto como los anteriores, aunque, puestos a imaginar lo peor, no es descabellado que, tal como se suceden los acontecimientos, sea sólo una cuestión de tiempo. Se trata de una falacia más que se deriva del enunciado anterior: si los sindicatos no sirven para nada, entonces lo mejor es que desaparezcan.
La hipótesis de una supuesta desaparición de los sindicatos suscita la existencia de, al menos, dos escenarios: el primero sería que, efectivamente, los sindicatos “ya no sirven para nada”, algo que ya se ha intentado desmentir en el anterior enunciado. El segundo, en cambio, haría referencia a que los sindicatos “sí que sirven para algo” y, a pesar de ello, los poderes económicos y/o políticos decidan, sea cual sea la opinión pública sobre ellos, eliminarlos.
Este último escenario plantearía numerosos problemas que habría que resolver. En primer lugar, tal desaparición nos remitiría, aunque con un contexto histórico distinto, a otras épocas del pasado, no tan lejano, en las que, tras ser proscritos, volverían a ser perseguidos, puesto que si “servían de algo” antes de ser prohibidos, es lógico pensar que volverían a luchar para salir de la clandestinidad y exigir, una vez más en la historia, su legalización.
Este escenario no parecería ser “funcional” para el propio sistema capitalista actual, dado el “compromiso” de los poderes políticos y económicos para mantener la democracia formal vigente y, por tanto, de las instituciones básicas que la acompañan, como, por ejemplo, los sindicatos. Ahora bien, es éste un compromiso al que hoy nadie podría asegurarle permanencia, vistos los embates de que son objeto los sindicatos en la actualidad.
En segundo lugar, el cese automático de las funciones que desarrollan los sindicatos, en particular la referida a las relaciones laborales y, específicamente, a la negociación colectiva de los convenios con las patronales y, en su caso, la concertación social con estas últimas y el propio gobierno, quedaría sin efecto. Sin duda, los primeros perjudicados serían los trabajadores, especialmente los de las pequeñas y medianas empresas (las que acogen a menos de 50 trabajadores), en la medida en que son los que más se benefician de la actual normativa que permite extender los logros conseguidos en esa negociación a estos trabajadores, siempre y cuando los sindicatos o, sobre todo, las patronales que los representan se adhieran a tales acuerdos.
Cabe recordar que este tipo de empresa congrega en España a más del 95% del total de empresas. Por tanto, aunque se conservaran el resto de las funciones que desempeñan los sindicatos, la abolición de la negociación colectiva, por sí sola, conduciría directamente a la negociación individual descentralizada, empresa por empresa, con las más que probables consecuencias negativas para las condiciones de vida y trabajo de una gran mayoría de los asalariados, salvo los que, con la negociación individual de su convenio, pudieran obtener, hipotéticamente, más o mejores beneficios, algo que, como se ha venido demostrando durante los últimos treinta años, contrasta con lo que ha sucedido en la realidad.
Pero, además de esas consecuencias directas para los asalariados, la eliminación de los sindicatos conllevaría también otras secuelas. Por un lado, la patronal tendría dificultades para legitimar sus decisiones en ausencia de los sindicatos, al menos en el marco democrático europeo e internacional. Por otro, aumentarían las probabilidades de una quiebra del mismo Estado del Bienestar si, como sería de esperar, los salarios y el resto de las condiciones de trabajo fueran a la baja, comprometiendo el consumo privado y los ingresos públicos del Estado, a no ser que —algo bastante improbable en un marco neoliberal dominante como el presupuesto en esta hipótesis— existiera una intervención de éste que regulara esas condiciones por decreto.
Realmente, si ese hipotético escenario general se aproxima bastante a lo que sucede en la actualidad habiendo sindicatos, es fácil imaginar, más allá de lo relatado hasta ahora, qué acontecería de más si no existieran. Como ya se ha apuntado, la presión contra el Estado del Bienestar repercutiría, necesariamente, en la estabilidad del propio sistema democrático, de modo que, más tarde o más temprano, afectaría no sólo a los sindicatos, sino también a algunos partidos políticos e instituciones democráticas y, quizás, quién sabe, a otros.
No hay que olvidar que, si alguien luchó por la restauración de la democracia en España, fueron sin duda los sindicatos. No fueron los únicos, pero sí los que, junto con otros líderes políticos de izquierdas, más arriesgaron su vida por ella.

Y después de poner en conocimiento de todos este “análisis” muy enriquecedor y que personalmente es el que mas me ha gustado y por eso lo publico, solo me queda apostillar y que cada uno saque sus conclusiones:
Como decía el Ministro de Propaganda Nazi: “UNA MENTIRA REPETIDA MIL VECES SE CONVIERTE EN VERDAD”.